Un mundo ansioso


El acto sexual tiene dos direcciones: estar con uno mismo y con el otro simultáneamente. Si dejamos de cumplir con una de ellas el encuentro se vuelve incompleto. La ansiedad es una de las causas más frecuentes de disfunciones ma­ritales y sexuales. 


Cuando se revisa el accionar y el sentir de la persona afectada es frecuente escuchar que tiene "miedo a fallar", lo cual lleva a concentrarse en la preocupación (vuelta hacia uno mismo) o la tendencia imperiosa a com­placer al otro (vuelta hacia el compañero sexual), olvidándose de su propio placer. Las personas con rasgos de personalidad temerosos y los obsesivos viven condicionadas por el temor a no ser buenos amantes, ya sea porque dudan de sus habilidades sexuales (los temerosos) o preten­den cumplir con la idea de perfección (obsesi­vos). Los sujetos egoístas o narcisistas también se concentran en ellos mismos, exaltando sus re­cursos amatorios, sin embargo estos se auto-complacen o dejan al otra a la vera de la cama preguntándose: ¿y a mí, cuándo me toca? Y en todos los casos el deseo sexual se ve embarga­do por la ansiedad. La ansiedad encuentra un lu­gar cómodo en el deseo de los humanos domes­ticados. Será la guía de sus deseos, la muda con­vicción de "lo correcto".

Ambas fuerzas (ansie­dad y deseo) confluyen en una dirección común, se funden como una pareja, complementados al extremo de lo indefinido. Está en cada uno de nosotros darnos cuenta y volverla a su función original. El estrés, las demandas de la vida mo­derna que saca tiempo para el disfrute, la ten­dencia al individualismo, las exigencias estéticas que homologan los cuerpos, la urgencia de las mujeres cuando el reloj biológico da signos de detenerse, la carga de los hombres por sostener una virilidad machista, etc. Mitos, creencias, nor­mas, imperativos de una modernidad tardía que todavía responde a patrones clásicos. Y la respi­ración en medio de esta parafernalia de cuestiones que atañen a una búsqueda de bienestar.

Uno podría pensar si puede un acto tan simple darnos más beneficios que los brindados por me­ra fisiología. La respuesta es, sí. Y sencillamente porque cada acto humano, inconsciente o no, de­riva o impacta en la subjetividad. Si logramos congruencia entre los deseos de salud y las ac­ciones que derivan de ellos, seguramente nos sentiremos mejor. Los actos humanos no gozan de la simpleza ni de la inocencia aunque en apa­riencia lo sean. Son complejos en su origen y en sus consecuencias. Toda forma de conducta comunica cómo somos.

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